COMENTARIO
Históricamente, el proceso y la muerte de Jesús debieron de ser desconcertantes para todos: para los discípulos, para la muchedumbre, etc. ¿Cómo es posible que sucediera aquello? Marcos ofrece de estos acontecimientos un relato sobrio, al hilo de las acciones de los personajes que participaron en el drama: las autoridades de Israel lo entregaron (v. 1) por envidia (v. 10), aun a costa de salvar a un homicida (vv. 6-7); la muchedumbre no es sino un altavoz de aquella irracionalidad que condena a una muerte violenta sin causa alguna (vv. 13-14); finalmente, Pilato, un indolente, que está admirado por Jesús (v. 5) y parece que quiere salvarle (v. 9), le condena por una razón que no es razón alguna: contentar a la muchedumbre (v. 15). El evangelista, al narrar estas acciones y la actitud de Jesús ante ellas, apunta a la verdadera explicación del suceso: la muerte de Jesús es consecuencia del pecado del hombre, y Jesús la acepta por amor, como expiación de ese pecado: «Jesús acude espontáneamente a la pasión que de Él estaba escrita y que más de una vez había anunciado a sus discípulos. (…) Y cuando lo acusaban no respondió, y, habiendo podido esconderse, no quiso hacerlo, por más que en otras varias ocasiones en que lo buscaban para prenderlo se esfumó. (…) También sufrió con paciencia que unos hombres doblemente serviles le pegaran en la cabeza. Fue abofeteado, escupido, injuriado, atormentado, flagelado y, finalmente, llevado a la crucifixión (…). Con todos estos sufrimientos nos procuraba la salvación. Porque todos los que se habían hecho esclavos del pecado debían sufrir el castigo de sus obras; pero Él, inmune de todo pecado, Él, que caminó hasta el fin por el camino de la justicia perfecta, sufrió el suplicio de los pecadores, borrando en la cruz el decreto de la antigua maldición» (Teodoreto de Ciro, De incarnatione Domini 26).
«Les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado» (v. 15). Expresión tan concisa como significativa. También aquí, con San Agustín, se puede percibir la paradoja que supone la condena de Jesús: «Al ladrón se le dio libertad, a Cristo se le condenó. Recibió perdón el criminal y es condenado el que perdonó los crímenes de todos los que hicieron confesión de ellos» (In Ioannis Evangelium 31,11). La palabra «entregar» viene en los cuatro evangelios (cfr Mt 27,26; Lc 23,24-25; Jn 19,16), recorre el de Marcos (9,31; 10,33; 14,21.41), todo el Nuevo Testamento, y después la enseñanza cristiana (cfr nota a 14,12-21). Parece, por tanto, que son los hombres —Pilato— los que entregan a Jesús a la muerte; pero en realidad es Dios quien lo entrega para nuestra salvación: «Tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que Él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que Él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a Ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz» (S. Juan Damasceno, De fide orthodoxa 50).