COMENTARIO
San Lucas y San Mateo dedican los dos primeros capítulos de sus respectivos evangelios a narrar algunos episodios de la infancia del Señor. Por esto, suele llamarse Evangelio de la infancia de Jesús a esos capítulos iniciales. Desde el principio se observa que Mateo y Lucas no narran los mismos sucesos, aunque sí los mismos hechos esenciales referidos a Jesús (cfr nota a Mt 1,1-2,23). También el tono de los dos evangelios es distinto: dramático, con sobresaltos, en Mateo; dominado por la alegría en Lucas.
El Evangelio de la infancia según Lucas comprende seis episodios estructurados de dos en dos, referentes al nacimiento y a la infancia de Juan Bautista y de Jesús: dos anunciaciones (1,5-38), dos nacimientos y circuncisiones (1,39-2,21) y dos escenas en el Templo (2,22-52). Las narraciones incluyen también unos cánticos —el Magnificat (1,46-55), el Benedictus (1,68-79), el Gloria (2,14) y el Nunc dimittis (2,29-32)— que expresan el gozo experimentado ante las acciones de Dios en favor de los hombres. Tanto las narraciones como los cánticos están llenos de alusiones a textos del Antiguo Testamento señalando así que se está cumpliendo la salvación prometida (cfr 1,1).
La escena central del conjunto es la Anunciación a María y la Encarnación del Verbo cuando la Virgen acepta su vocación. Estas dos dimensiones —cristológica y mariológica— se ponen de manifiesto en cada episodio. El Niño que nace en Belén es el Salvador prometido (1,71.77; 2,11.30), el Mesías, el Señor (1,43.76; 2,11.26), a quien corresponde una misión salvadora (2,38). Sin embargo, será signo de contradicción, ruina y resurrección «de muchos en Israel» (2,34), que sólo podrán salvarse creyendo en Él. Junto al Niño está siempre su Madre, que representa, a su vez, a la humanidad fiel a Dios (1,46-56). Ella colabora con fe firme (1,45) en el plan divino de salvación (1,38). Por eso, Dios la asocia no sólo a la misión de su Hijo, sino también al doloroso trance con el que se realizará el plan salvífico (2,35): «Enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular, la Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como “llena de gracia”. Y ella responde al enviado del cielo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Así, María, hija de Adán, dando su consentimiento a la palabra de Dios, se convirtió en Madre de Jesús. Abrazando la voluntad salvadora de Dios con todo el corazón y sin ningún obstáculo de pecado, se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo. Con Él y en dependencia de Él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención. Con razón, pues, creen los Santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 56).