COMENTARIO
En su respuesta a los discípulos de Juan, Jesús muestra que Él es el Mesías prometido, pues realiza los signos de los tiempos mesiánicos anunciados en el Antiguo Testamento (cfr notas a Mt 11,1-15; Mc 7,31-37). Después (vv. 24-30), explica la singular grandeza de Juan. El Bautista es grande por el tenor de su vida (vv. 24-25), pero, sobre todo, por su misión única de preceder inmediatamente a Cristo (vv. 26-27). Sin embargo, Juan pertenece todavía al tiempo de la promesa; por eso, llegada la plenitud en Jesucristo, el don del Reino, es decir, la filiación divina que uno recibe en Cristo, es un don mayor que el que recibió Juan (vv. 28-29).
Finalmente, Jesús compara la respuesta que obtuvo el mensaje de Juan por parte de fariseos y doctores con la respuesta ante su propio mensaje. La llamada del Bautista a la conversión fue acogida por el pueblo y los publicanos (cfr v. 29), pero no por los fariseos y los doctores de la Ley que, de ese modo, «rechazaron el plan de Dios sobre ellos» (v. 30). Con sus palabras (vv. 31-35), Jesús da a entender que otro tanto va a ocurrir con su propio mensaje de salvación.
A tenor de lo que se narra en los cuatro evangelios, el lector puede desconcertarse ante la pregunta del Bautista (v. 19). Pero una lectura atenta de estos libros permite una explicación: «San Juan Bautista no preguntaba por la venida de Cristo en la carne como si desconociese el misterio de la Encarnación, pues él mismo lo había confesado expresamente diciendo: Yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios (Jn 1,34). Por eso no pregunta: “¿Tú eres el que has venido?”, sino: ¿Eres tú el que ha de venir?, inquiriendo sobre algo futuro, no sobre algo pasado. Tampoco debemos pensar que el Bautista ignorase que Jesús vendría para sufrir, pues él mismo había dicho: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,24). (…) Puede decirse con San Juan Crisóstomo que no era por ignorancia propia, sino para que Cristo diera cumplida respuesta a sus discípulos. Por eso Cristo responde para instruirlos acudiendo al argumento de los hechos milagrosos» (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2,2,7 ad 2).