COMENTARIO
El milagro manifiesta con nitidez el poder de Jesús sobre los elementos naturales y la necesidad de la fe por parte de los discípulos (cfr notas a Mt 8,23-27 y Mc 4,35-41). La escena ha sido entendida como un paradigma de la acción de Jesús en su Iglesia —prefigurada en la barca agitada por las olas— o en cada alma. En ocasiones, también nos parece que Jesús duerme, pero nuestra oración perseverante le «despierta», acude entonces a nuestra ayuda, y vuelve la calma: «Así como la nave que atraviesa el mar —comenta San Alfonso Mª de Ligorio— está sujeta a miles de peligros (…), sobre todo, por las pasiones desordenadas, (…) no por esto hay que desconfiar ni desesperarse. Más bien, (…) cuando uno se ve asaltado por una pasión incontrolada, (…) ponga los medios humanos para evitar las ocasiones y (…) apóyese en Dios (…): en lo bravío de la tormenta no deja el marino de mirar a la estrella cuya claridad le habrá de guiar al puerto. De igual modo en esta vida hemos siempre de tener fijos los ojos en Dios, que es quien tan sólo nos ha de liberar de tales peligros» (Sermones 39).