COMENTARIO

 Lc 8,40-56 

El milagro, común a los tres evangelios sinópticos, es una lección sobre la necesidad y el valor de la fe a la hora de acercarse a Jesús (cfr notas a Mt 9,18-26 y Mc 5,21-43). Pero los evangelios se complacen en señalar que la misma fe se puede expresar de muchas formas: «Nunca faltan enfermos que imploran, como Bartimeo, con una fe grande, que no tienen reparos en confesar a gritos. Pero mirad cómo, en el camino de Cristo, no hay dos almas iguales. Grande es también la fe de esta mujer, y ella no grita: se acerca sin que nadie la note. Le basta tocar un poco la ropa de Jesús, porque está segura de que será curada» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 199).

Ejemplos de fe en Jesús son Jairo y la mujer: «Esta mujer santa, delicada, religiosa, más dispuesta a creer, más prudente por el pudor —porque hay pudor y fe cuando se reconoce la propia enfermedad y no se desespera del perdón—, toca con discreción el borde de las vestiduras del Señor, se acerca con fe, cree con devoción, y sabe, con sabiduría, que ha sido curada (…). A Cristo se le toca con la fe, a Cristo se le ve con la fe. (…) Por tanto, si nosotros queremos ser también curados, toquemos con nuestra fe el borde de la vestidura de Cristo» (S. Jerónimo, Expositio in Lucam, ad loc.).

Ejemplo de falta de fe son los que «se burlaban de él» (v. 53). Cuando no tenemos fe en la omnipotencia divina, nos encerramos en nuestras limitaciones humanas, en nuestras pequeñeces, tratando de medir todas las cosas por lo que podemos entender. En esta situación es fácil que surja la incomprensión ante las realidades sobrenaturales. A esta actitud se dirigen las palabras de San Pablo en 1 Co 2,14: «El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son necedad para él».

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