COMENTARIO

 Lc 11,37-54 

En este pasaje —uno de los más severos del evangelio— Jesucristo desenmascara de modo vehemente el vicio por el que el judaísmo oficial se opuso con más fuerza a la aceptación de su doctrina: la hipocresía revestida de legalismo. Hay gentes que, so capa de bien, cumpliendo la mera letra de los preceptos, no cumplen su espíritu; no se abren al amor de Dios y del prójimo, y, bajo la apariencia de honorabilidad, apartan a los hombres del verdadero fervor, haciendo intolerable la virtud. El Señor se detiene en señalar tres consecuencias de esa actitud: puede llevar a los demás a transgredir las leyes sin saberlo (v. 44), e incluso a la muerte de los justos (vv. 48-51), y puede hacer imposible la salvación (v. 52).

En un primer momento, San Lucas nos presenta a Jesús invitado a comer por un fariseo. La actitud de éste, que se extraña «al ver» (v. 38) que Jesús no se lava las manos, ilustra la frase del Señor recogida en el anterior pasaje: «Cuando tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo también está iluminado. Pero cuando tu ojo es malicioso, también tu cuerpo queda en tinieblas» (11,34). El fariseo mira a lo exterior y Jesús pide que se mire a lo interior: ese parece el sentido de las siguientes comparaciones (vv. 39-44). Según la Ley de Moisés había que pagar el diezmo de las cosechas (cfr Lv 27,30-33; Dt 14,22ss.) para contribuir al sostenimiento del culto en el Templo; los productos insignificantes no estaban sujetos a esta Ley, pero los fariseos, llevados de una extrema meticulosidad, enseñaban que también de ellos debía pagarse. El Señor no condena esa práctica (v. 42), pero pide sobre todo limosna, justicia y amor de Dios: «Les decía que sólo se ocupaban de las cosas externas, y despreciaban como ajenas las interiores, porque ignoraban que lo que se hacía con el cuerpo había que hacerlo también con el alma» (Hegemonio, Acta disputationis Archelai episcopi Mesopotamiae et Manetis haeresiarchae 21). También enseñaba la Ley que quien tocase una sepultura quedaba impuro durante siete días (Nm 19,16). Por eso los sepulcros debían señalarse, no fuera a ser que, con el paso del tiempo, la sepultura quedase imperceptible para quien pasara por encima. Los fariseos no tienen luz para iluminar (cfr 11,33), y pueden ser causa de tropiezo para los fieles (v. 44).

Después (vv. 46-52), Jesús contesta a un doctor de la Ley. Los doctores de la Ley, llamados normalmente escribas, eran los que tenían un conocimiento versado de la Ley y de sus interpretaciones. Fariseos y saduceos tenían sus propios escribas. Los reproches que aquí les dirige el Señor son menos extensos que los que recoge San Mateo (cfr Mt 23,1-36 y nota), pero igualmente duros. En un lenguaje que recuerda al de los profetas, Jesús les rememora el pasado de sangre que va desde Abel, en el comienzo de la Biblia (Gn 4,8), hasta Zacarías, el profeta cuyo martirio se narra en el último de los libros sagrados reconocidos por los judíos (2 Cro 24,20-22). De esta manera, Jesús anuncia su propio destino, que el lector ve incoado en la actitud de los escribas y fariseos (vv. 53-54); pero sabe también que es la actitud de Jesús la que debe imitar: «No te impone mucho quién está por ti o contra ti, sino busca y procura que esté Dios contigo o en todo lo que haces. Ten buena conciencia y Dios te defenderá. Al que Dios quiere ayudar no le podrá dañar la malicia de alguno. Si sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios. Él sabe el tiempo y el modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a él. A Dios pertenece ayudar y librar de toda confusión» (Tomás de Kempis, De imitatione Christi 2,2).

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