COMENTARIO
Sigue Jesús enseñando con la imagen del banquete. Ahora no habla del invitado sino del que invita, y muestra que la humildad ha de completarse con la práctica de la caridad. También al dar hay que desechar todo deseo de vanagloria o de recompensa humana, y mirar primero a Dios (cfr 12,22-34 y nota), de quien hemos recibido todo: «¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y humana, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco? (…) ¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de Él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si Él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos? No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido» (S. Gregorio Nacianceno, De pauperum amore 23-24).