COMENTARIO

 Jn 12,37-50 

San Juan explica el motivo de la incredulidad de muchos judíos, a pesar de haber sido testigos de los milagros y de las palabras de Jesucristo. Cita dos profecías de Isaías. De la primera (Is 53,1) se deduce que la fe es un don de Dios; un acto por el que «el hombre presta a Dios mismo obediencia libre, consintiendo y cooperando con su gracia, a la que podría resistir» (Conc. Vaticano I, Dei Filius, cap. 3). Con la segunda profecía (Is 6,9-10), a la que aluden también otros libros del Nuevo Testamento (Mt 13,14-15 y par.; Hch 28,26-27; Rm 11,7-8), se explica que la incredulidad de los judíos, posible escándalo para las primeras generaciones de cristianos, ya estaba prevista y anunciada (cfr nota a Mc 4,1-20): «Algunos murmuran dentro de sí y a veces, cuando tienen ocasión, dicen en voz alta: “¿Qué hicieron los judíos o qué culpa tuvieron, si era necesario para que se cumplieran las palabras del profeta Isaías?” A esto respondemos que el Señor, que conoce el futuro, predijo por el profeta la infidelidad de los judíos; la predijo, pero no fue culpable de ella. Como tampoco Dios obliga a nadie a pecar porque conozca los pecados futuros de los hombres (…). Pecaron, pues, los judíos, sin ser forzados por Aquel que odia el pecado; y a la vez, Aquel, a quien nada se le oculta, predijo que habían de pecar. Si hubiesen querido obrar bien, no hubiesen sido impedidos a hacerlo; pero entonces también lo hubiera previsto Dios, que conoce lo que cada uno va a hacer, y cuál es el premio que por sus obras ha de recibir» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 53,4).

En contraste con el ciego de nacimiento que, curado por Jesús, no se había retraído de confesarlo públicamente a pesar del rechazo de las autoridades judías (cfr 9,30-41), ahora aparece la cobardía (vv. 42-43) de quienes, por las dificultades que comporta, no se atreven a confesar su fe en Jesús. En estas palabras se contiene un reproche permanente a quienes por respetos humanos prefieren la gloria propia a la gloria de Dios. Y no hay que olvidar que, con frecuencia, a los cristianos nos pueden surgir contrariedades al ser consecuentes con las exigencias de la fe (cfr 1 P 5,9).

El evangelio termina la exposición de la predicación pública de Jesús con una recopilación de los temas fundamentales desarrollados en capítulos anteriores: fe en Cristo como enviado del Padre (v. 44; cfr 3,16.36; 5,24; etc.); unidad y distinción entre el Padre y el Hijo (v. 45; 5,19-30); Jesús como Luz y Vida del mundo (vv. 46.50; cfr 8,12-20; 11,25); juicio de los hombres según su aceptación o repulsa de la revelación de Dios que Él ha hecho (vv. 47-50; cfr 5,22; 7,14-24). Cristo ha venido a salvar al mundo ofreciéndose en sacrificio por nuestros pecados y trayéndonos la vida sobrenatural (cfr 3,17). Ha sido constituido Juez de vivos y muertos (cfr 5,27; Hch 10,42; 17,31).

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