COMENTARIO
Del primer día en Jerusalén, Mateo recoge tres señales mesiánicas: la purificación del Templo (vv. 12-13; cfr nota a Mc 11,12-25); las curaciones (v. 14) y la alabanza a Dios de los humildes (vv. 15-16), de Sal 8,3, que Jesús ve cumplida en las aclamaciones de los niños. En los tres signos el evangelista deja entrever la divinidad de Jesucristo.
En el libro del Éxodo (23,15) se mandaba a los israelitas que no se presentasen en el Templo con las manos vacías, sino que aportasen alguna víctima para el sacrificio. Para facilitar el cumplimiento de este mandato a los que venían de lejos, se había organizado en los atrios del Templo un servicio de compraventa de animales para los sacrificios. Lo que en principio pudo ser útil había degenerado (v. 13). Jesucristo, movido por el celo de la casa de su Padre (Jn 2,17), con santa indignación los arrojó de allí. Con un gesto simbólico común a los profetas —cfr Ez 5,1-17, por ejemplo—, quiso inculcar el respeto que se debía al Templo. Con mayor razón, nos servirá de advertencia a nosotros que tenemos al mismo Señor en el Sagrario. Sobre las pasiones y sentimientos de Cristo, cfr nota a Mc 3,1-6.