COMENTARIO

 Lc 11,14-26 

Los adversarios de Jesús acuden ahora a una acusación muy grave: es el demonio quien actúa a través de Él. Jesús refuta la acusación advirtiéndoles al mismo tiempo de su gravedad (cfr notas a Mt 12,22-37 y Mc 3,20-30). Después, con una comparación (vv. 24-26), llama la atención sobre el peligro en que se encuentran: ellos, en virtud de la acción de Dios con su pueblo, se habían visto libres del demonio, pero el rechazo obstinado de la actuación de Dios que obra a través de Cristo les convertía en lugar adecuado donde el maligno podía multiplicar su actividad. En otros lugares del Nuevo Testamento (cfr Hb 6,4-6; 2 P 2,20-22; etc.) los escritores sagrados expresan su preocupación por los cristianos que llegan a una situación semejante.

Por encima del tono polémico (vv. 15-16), el relato enseña una clara verdad. El fuerte y bien armado (v. 21) es el demonio, que tenía esclavizado al hombre; pero Jesucristo, más fuerte que él, ha venido, le ha vencido y le está desalojando de donde se había enseñoreado. Con todo, aunque el demonio ha sido vencido por Cristo, debemos ser nosotros quienes hagamos de nuestra casa (vv. 24-26) el Reino de Cristo: «Todos nosotros, amadísimos, antes del bautismo, fuimos lugar en donde habitaba el demonio; después del bautismo, nos convertimos en templos de Cristo. (…) Y, ya que Cristo, con su venida, arrojó de nuestros corazones al demonio para prepararse un templo en nosotros, esforcémonos al máximo, con su ayuda, para que Cristo no sea deshonrado en nosotros por nuestras malas obras» (S. Cesáreo de Arlés, Sermones 229,1-3).

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